Hoy he llegado a casa después de estar en Artiexo en las Jornadas Interculturales que ha organizado Ecos do Sur, ONGD que tuvo la amabilidad de invitarme como ponente de una mesa redonda. Tenía la esperanza de llegar a casa y quizás, que hoy fuera una de esas privilegiadas noches en las que pudiera dormir tranquila, sin ningún fantasma merodeando ni ninguna pesadilla llamando a mi puerta. Mi vida ahora mismo gira entorno a un único tema: La guerra. Tanto a nivel académico, profesional como por supuesto personal. Es muy difícil entrenar la mente para hacerla descansar. Pero me temo que hoy no será uno de esos privilegiadas noches.
En la última semana Aleppo ha ardido, mientras Deir Azzor se caía a trozos y Raqqa....Raqqa sufría lo de siempre: la penuria de estar secuestrada por el Daesh y sometida a sus vejaciones, y que le lluevan bombas todos los días por parte de la aviación del Régimen y Rusia, y la Coalición Internacional. Vidas arrasadas, imágenes espeluznantes y un silencio de la Comunidad Internacional que me frustra y me hace sentir cada vez más impotente. Teñimos nuestras redes sociales de rojo, y parece que la gente al menos, se ha enterado de que en Aleppo pasó "algo". El problema es que lo que pasó en Aleppo, pasa en otras ciudades de siria y seguirá pasando mientras continúe este silencio cómplice.
Hoy llegaba de esas jornadas y me encontré con dos, tres, noticias que me tienen amargada la noche.
La primera es que "alguien" ha bombardeado el campo de desplazados de Kamouna, al norte de Siria. Es muy dado lo de decir que "tal sitio ha sido bombardeado" pero siempre falta un sujeto. Una acción como esa, no se lleva a cabo de una forma espontánea. Hay alguien quien la provoca. Si la humanidad estaba muerta, hoy ha quedado sepultada. A la mañana me enteré que también le han puesto precio a los refugiados. Es decir vivimos en un mundo donde se bombardean campos de desplazados y además, cada uno de ellos, si algún día se convierten en refugiados, tendrán un valor económico.
Mi esperanza de una noche tranquila ya estaba tocada. Lo siguiente fue enterarme de que Palmira, además de convertirse en un escenario de propaganda barata pro-régimen de la que muchos medios occidentales han sido partícipes, se convertiría en otro escenario: en un circo degradante y de mal gusto con el concierto de música que han organizado los rusos. ¿De verdad la gente piensa que todos los que estaban allí era gente que sufría los bombardeos perpetrados por los organizadores de semejante chirigota macabra? ¿Por montar un concierto de Bach nos hacen ver que son sensibles mientras llevan a cabo un genocidio? Una vez más, se están riendo de nosotros. Mientras Occidente asocia Palmira con la grandeza, y la belleza (Y tiene razón) no conoce la otra cara de la moneda. Tadmour, en árabe, es conocida también por poseer una de las cárceles del régimen más terroríficas, en la que la mayoría de los presos (polítcos) sufrieron torturas y tratos degradantes. Victorear a Assad por liberar Palmira, sin tener en mente todas las muertes que está causando por Siria es sucumbir a la más barata de las tentaciones: autoengañarse, rendirse.
Y si no fuera poco, al llegar a casa tenía un mensaje enviado desde mi ciudad natal. Un mensaje que como cada uno de sus similares valoro como si fuera mi propia vida, porque sé el peligro que conlleva enviármelo. En él me contaba que estaba muy orgulloso de mí y que como triste anécdota me informaba de que mis dos colegios (que llevan mucho tiempo sin funcionar como tal) habían sido derrumbados a causa de los últimos bombardeos.
Mi primer colegio fue Jamila Buhaira, y el segundo en el que solo cursé un año, el anterior a venirme aquí fue Balquis. Creo que pocas veces seré tan feliz como lo fui en sus edificios. Recuerdo que el último año, sin saber que me vendría al siguiente a vivir aquí, fue increíble, aunque no pudiera despedirme de mis amigos ni de mis profesores, pensaba que los vería en unos meses y que todo volvería a ser como antes. Pero no fue así, nunca volví. Ahora, todos esos recuerdos están bajo los escombros, quizás, en alguna pequeña parte que con suerte quede erguida, se encuentre alguna de nuestras pintadas con los nombres de la pandilla. Lo que sí sé, es que una parte de mí, se encuentra allí, y en el mismo estado: bajo escombros.
Hay algo que siempre dije desde que todo esto empezó a derivar a la irrealidad. Más que temer no volver nunca a Raqqa, temo el día que vuelva y no pueda reconocer nada.
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