Fuente de la imagen: Capital.com
Hace unas 48 horas desde el último fugaz y espeluznante mensaje que pudimos recibir desde Raqqa. Después de lo sucedido en Bruselas, las represalias aéreas se intensificaron, el pánico y la alarma se elevaron a su máximo exponente y el caos parece avecinarse, de nuevo, a Raqqa.
El mensaje no decía nada a simple vista aterrador, nada que un lector que se limite a leer una frase pudiera destacar. "Ojalá nos dejen en paz" es una frase que puede encajar en contextos muy diferentes. Leyendo entre líneas, extraías con empatía y tristeza el cansancio y explosión mental que viven sus habitantes.
Nunca hablamos claro cuando podemos hablar con los que están allí, porque sabemos el peligro que esto conlleva. Son frases normales, aparentemente sin significado profundo, aunque algunas de ellas van encriptadas. Hemos conseguido confeccionar un lenguaje nuestro, único, por desgracia fruto de la vigilancia y el dolor. Otras veces son relatos de lo que he hecho en un día normal "Fui a clase, hablé con tal profesor, di un paseo por el parque, hice una tortilla de comida, vi una película, dormí tranquilamente". Contarle a una persona que está viviendo en el epicentro del terror lo que has hecho en tu jornada le puede resultar un relato de ciencia ficción, o una novela agradable. Después de los atentados de Bruselas, el último mensaje nos avisaba de que "estaba lloviendo*" y terminaba con un "ojalá se olviden de nosotros".
Me dio mucho que reflexionar sobre esta frase. De como un pueblo que reclama desesperadamente atención, termina empujado por la desesperación y el agotamiento psíquico pidiendo que hasta prefieren que se olviden de ellos. Normal, si es que el mundo solo se acuerda de Raqqa para bombardearla, y solo la conoce por ser el nido de yihadistas, a los que hay que aniquilar.
*Es una de las maneras que utilizamos para hablar de los bombardeos.
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