*El siguiente relato que se adjunta ha sido escrito en base a una carta recibida de Abu Reem, un ciudadano de Raqqa que posee una tienda en una calle concurrida. El nombre de Abu Reem es inventado para proteger su verdadera identidad. Parte de los hechos relatados son reales, pero en alguna ocasión han sido alterados con la intención de darle cohesión y un mayor énfasis al texto, pero su base, idea principal, así como detalles facilitados por Abu Reem han sido conservados. Al final de su carta, Abu Reem firmaba: "Los hechos que le he relatado son reales, ruego hacerlos llegar a quién usted considere oportuno" La autora de este texto, considera que es necesario que al menos los lectores de este blog sean conscientes del horror que sufren los raqqawis en su día a día, en especial las mujeres y ancianas*
Abu Reem abre su tienda como cada mañana. Bueno, como cada mañana no, como cada mañana que se lo permite el descanso de los bombardeos. Cuando éstos cesan momentáneamente, la vida cotidiana parece invadir las calles, pero de una manera mísera y gris. El mercado central que se encuentra en la calle paralela a la de la tienda de Abu Reem hace tiempo que ha perdido la vida que le caracterizaba. Por una parte, los precios desorbitados de los alimentos básicos impiden que las personas acudan al mercado con la frecuencia que antes lo hacían, y por otra parte, los propios alimentos carecen de calidad, sobre todo en los cinco meses del caluroso verano en Raqqa, pues los camiones que traen los alimentos pueden pasar días esperando para entrar en la ciudad, mientras tanto, el sol no perdona.
Abu Reem saca su silla de plástico a la calle, y mira al cielo esperando algo. Los niños empiezan a salir de las casas pero no para ir a la escuela, sino para quedarse jugando entre los escombros de un edificio derrumbado, o para ir al centro de adoctrinamiento donde Daesh consigue crear máquinas programadas para odiar y convivir con el terror. El hombre ve como otro día más la patrulla del Hisba circula por la calle. Un rato más tarde, y después de dar una vuelta entera a la manzana, el vehículo vuelve de nuevo, esta vez para estacionar al final de la calle. Del microbus blanco con las letras del Hisba pintadas se bajan dos hombres. El conductor, un hombre bajito y de origen saudí es miembro permanente de la patrulla, su compañero, varía en función del turno. Ambos bajan del vehículo, pero quedan dos integrantes más dentro. Son mujeres, y su misión es acudir en caso de que una detenida muestre resistencia a subirse al micro. Ambos hombres corren rápido por la sombra que produce el alto edificio que se eleva al lado de la acera donde han estacionado el micro. Ambos cargan a sus espaldas una escopeta. Con chilaba blanca hasta los pies, caminan con paso lento mirando vigilantes, como cazadores, hacia un lado y otro de la calle: Empieza la ronda de hoy.
El nombre de este cuerpo del Hisba ha variado a lo largo de la historia. Mientras que originalmente hisba hacía referencia a "cuenta" el vocablo pasó a tener connotaciones más complejas y de mayor peso para la constitución de una estructura de gobierno islámico, pues durante el Califato Abásida (750-1258) Hisba se denominó a la institución constituida para asegurar el cumplimiento de la sharía. Tanto como la Oficina de Administración Local junto a la Oficina de Inspección de Mercados, permanecieron vigentes hasta la abolición del Imperio Bizantino (1453). El encargado de la oficina era denominado como "Muhtaseb" cuya función era la de vigilar que tanto en la vida social como en el ámbito comercial se cumplieran las normas religiosas establecidas, que fomentan el bien y alejan del mal. Por lo tanto, el organismo adquiere vital importancia dado que su existencia se basa en el control exhaustivo de las costumbres y relaciones sociales, así como actividades comerciales, establecidas dentro de la comunidad. Para Daesh ha sido importante recuperar este departamento para legitimar su acción. Lejos de velar por el bien de la comunidad y protegerla del mal, los miembros del Hisba proceden a controlar cualquier mínimo detalle de la vida cotidiana de los habitantes, anulando cualquier libertad de los individuos, como también sembrando miedo a cualquier persona que no obedezca las absurdas normas establecidas por la organización. Sin olvidar la extorsión que sufren los ciudadanos para no ser castigados de una forma violenta y atroz por no cumplir con los mandatos del grupo.
Los dos hombres del Hisba entran en una tienda de carne. Le indican al dueño que el precio debe cambiar. Su próximo destino es una tienda de ropa femenina que tiene en su escaparate un maniquí. Los hombres entran furiosos a la tienda para pedirle explicación al comerciante. Al parecer, en las últimas circulares, quedaba terminantemente prohibido la exhibición de maniquíes en los escaparates de los establecimientos y también en su interior. El hombre explica que no es su intención ofender ni retar a las autoridades y que su único fin es mostrar cómo su mercancía quedaría puesta en los cuerpos. Finalmente, ha sido afortunado, porque ha podido evitar ir al micro con destino desconocido a cambio de la desorbitada cifra en la actualidad de 10.000 liras. Les ha dado todo lo que tenía, es decir sus ahorros, ahora se pregunta ahora como sobrevivirá "Las vidas no tienen precio" piensa.
Al salir, tropiezan con lo que parece una mujer. Y es que parece porque ese "ser" va envuelto en negro, con a cara completamente tapada. Abu Reem se dispone a recoger su silla y se mete dentro de su tienda, porque visualiza la situación que se avecina y no puedo soportar verlo más. La mujer queda paralizada. El más bajo de estatura, el saudí, señala el microbus sin decir ni una palabra. Todos conocen el nuevo lenguaje y lo que esa seña significa. La mujer, que iba acompañada por su marido se reacciona como toda desafortunada de cada ronda: Suplica, ruega, llora, implora, pero el saudí reitera su movimiento de brazo señalando el microbus. Según logra escuchar Abu Reem desde lejos, entiende que el delito de la mujer ha sido llevar puestos unos calcetines de color claro, y no negro como dicta la norma. Pero podría ser otra causa la de su detención, podría ser algo igual de absurdo como llevar perfume, no llevar un velo suficientemente grueso, no llevar zapatos negros sin adornos...Tras el cristal de su ventana, Abu Reem visualiza como el otro integrante del Hisba le susurra algo al oído al marido de la acusada. El hombre, que permanecía hasta el momento sin pronunciar ni una palabra se lleva las manos a la cabeza, da la impresión de que si estuviera en su casa, estaría a punto de comenzar a llorar, pero no lo hace. Como si estuviera siendo apuntado con una pistola, se dirige hacia su mujer: "Quedas divorciada, Que Allah te perdone y me perdone a mí por ser tan débil como tú con tu condición de mujer, y no saber protegerte y velar que cumplas las normas". Los dos hombres del Hisba se miran uno a otro y sonríen cruelmente. Nadie puede visualizar la cara de la mujer en ese momento, pero Abu Reem logra sentir su palidez desde su posición. El resto de comerciantes y personas que atraviesan la calle intentan averiguar qué sucede pero sin hacer mucho ruido, pues puede que sean ellos los próximos.
La mujer empieza a llorar de nuevo, pues parece que no querer subir al micro. El conductor se acerca unos metros al vehículo y hace una seña. A los pocos segundos, bajan las dos mujeres de constitución gruesa, y una de ellas se dirige directamente hacia la detenida para golpearla y después agarrarla del cuello. La otra, opta por agarrar del brazo a la detenida y forzándola, la dirige al micro para darle un golpe antes de introducirla dentro del vehículo. Abu Reem se siente impotente siendo testigo cada semana de escenas similares, llora en silencio y siente náuseas reales por no poder decir nada mientras intenta ser no visto. Recuerda como la semana pasada, una mujer fue obligada a subir y con ella su anciana madre que portaba una bolsa de la tienda de Abu Reem mientras se llevaba las manos a la cara y las introducía dentro del velo frontal para secarse las lágrimas. Nadie conoce el destino de los que suben al micro, pero todo saben lo que seguramente signifique subirse a él y no tener dinero para canjear el castigo por una cantidad desorbitada de dinero que en la ciudad nadie tiene. Abu Reem se lamenta de vivir en un mundo miserable que ignora estas escenas macabras y el desagrrador día a día en Raqqa. El vehículo arranca y se marcha por hoy. Otra zona de la ciudad le espera, otros futuros desafortunados subirán a él. Después de asegurarse de su partida, Abu Reem vuelve a salir a la calle, y de nuevo, mira al cielo...esperando algo.
EL Miedo es una excelente forma de control social, y esa gentuza necesita aterrorizar a todo el mundo continuamente, como lo hicieron Hitler, Stalin, Mao, Pinochet, USA...
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