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Llevo meses investigando sobre Raqqa para mi Trabajo de Fin de Máster. Sé que la elección del objeto de estudio fue arriesgada, y puedo asegurar que el proceso de investigación fue muy duro a todos los niveles.
Después de estas semanas de trabajo, mi estado de ánimo es una montaña rusa del revés. Quizás cuando se acababa la jornada de horas y horas escribiendo, borrando, buscando, para escribir y borrar otra vez, el consuelo era meterme en cama, pero lo sorprendente es que, mi mente no se alejaba ni en un momento de "ese objeto de estudio", aunque fuera desde una perspectiva mucho más personal y nada académica.
A lo largo de estas semanas, un sueño solía repetirse frecuentemente. Esas noches, justo cuando notaba que comenzaba a entablar un diálogo conmigo misma en otra fase de consciencia, me trasladaba a otro lugar. Abría una puerta blanca y salía a la calle. Estaba en Raqqa. No podría describir si era de mañana o de tarde. Tampoco, por sorprendente que parezca, hacía calor. Sí un bochorno extraño y un aire espeso, así que tengo la sensación de que miro a mi alrededor y todo lo veo en un tono marrón claro. Quizás, una tormenta de ayay* acababa de terminar, no lo sé. Sigo recto y cruzo la acera, a mi derecha está como siempre Abu Faisal** en su tienda, sosteniendo entre sus manos una radio y parece estar arreglándola. Mientras me paro a observarlo tras el cristal de su ventana, comienzo a oler a pan recién hecho. Proviene de la panadería de enfrente, pero hoy extrañamente no hay una larga cola esperando. Sigo mi camino recto, un poco desconcertada y cruzo la calle del Mansur. Ahí está Abu Alí en su librería. Me paro a recordar que de pequeña lo visitaba con frecuencia, aunque no necesitara nada. Simplemente para saludar o ver si por fin había llegado algún boli con goma que de verdad fuese efectivo. Pero tanto Abu Ali, como Abu Faisal no me hablan, es como si ninguno de ellos me viera ni me oyeran. Nadie en la calle me reconoce.
Continúo mi camino recto y veo el ultramarinos que había abierto en mis últimos años en la ciudad. Siguen teniendo la máquina azul de sahlab halib*** fuera. Recuerdo como me indignara profundamente que existiera una máquina para esta bebida "Y entonces el señor que los vende en el carro y que pasa por la zona todas las tardes, de qué va a vivir?" Le preguntaba a mi padre que no paraba de reírse por mi enfado.
Decido seguir mi camino y ahora parece que entiendo algo. Es el recorrido que hacía todas las mañanas para ir al colegio. Tampoco tenía mucha pérdida, calle arriba, todo recto y luego tendría que torcer a la derecha. Como siempre, me paré a coger un ramito de jazmín en el mismo árbol pero esta vez, el jazmín está marchito y no huele a nada. Finalmente, giro a la derecha para reencontrarme con mis amigas del colegio en el mismo sitio donde quedábamos para entrar al colegio, pero esta vez, ahí no hay nadie esperándome.
Es ahí cuando me despierto, todas las noches en ese mismo momento. Pasadas unas semanas y después de analizarlo, me di cuenta de que recreo ese camino para mantenerlo vivo y retenerlo de alguna forma. Comprendí que nunca llego al colegio porque sé de primera mano que fue bombardeado. El resto, consigo lograr visualizarlo, pero no deja de ser una ilusión en todos sus significados, porque siento y sé que ya nada ni nadie sigue igual en Raqqa.
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*Tormenta de arena
**Los nombres utilizados en este texto son ficticios, aunque los personajes y sus oficios reales.
***Leche con fecula.
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