martes, 5 de mayo de 2015

Cartas virtuales I: El día de la madre

El otro día, conseguí contactar con mi amiga M.
Muchas veces, he maldecido la tecnología, y con ello el exceso de uso de las telcomunicaciones, pero al mismo tiempo las he bendecido. Y es que gracias a ellas he podido retomar viejas amistades, o establecer un contacto de una forma más continua, aunque eso no quiere decir que le deba todo. Todavía guardo muchas cartas, y mensajes a la vieja usanza, señales y abrazos que fueron enviados con terceros. Algunas me resisto a abrirlas porque realmente me mata de ternura, al mismo tiempo que hace que crea que las relaciones de amistad verdaderas sí existen, pese a los impedimentos que puedan resultar el tiempo, la distancia y la guerra.

M. fue, es, una de mis mejores amigas. Fue, es, un miembro importante en mi pandilla del cole, que nació realmente en la guardería (Kanisa). Kanisa, significa en árabe "iglesia". Quizás, con ésto dejo entrever que en Siria existe un número considerado de cristianos (sobre todo en la capital, Damasco, y en la Costa). También dejo caer, que a los cristianos no se les quemaba ni maltrataba, pero le dedicaré este tema otro día. A esa guardería fui yo, hija de cristiana y árabe y muchos hijos de musulmanes, que por una razón u otra decidieron enviar a sus hijos a la Kanisa. Era un centro respetado y dentro de lo que había, de calidad. Su duración era lo que aquí se equivale a pre Escolar. Ibas a los 3, 4 años y a los 6 te hacías mayor, cambiabas de color de mandilón y te ponían un fulard como uniforme, su color dependía del curso en el que estuvieras.
Pero volviendo a los días de la Kanisa, guardo unos recuerdos muy bonitos. Allí, como todo el hijo de vecino, fue el momento que más tiempo pasé separada de mi madre y donde conocí a mi primer amor, y mi mejor amiga. A los tres años nos enseñaban ya el francés, incluso antes que el inglés, y dormíamos la siesta, cosa que siempre me causaba mucho trabajo, todo lo contrario a ahora.
De pequeña era muy extrovertida, y muy alegre. Me gustaba siempre estar con personas mayores que yo y por lo tanto, hacer cosas que no correspondían ni a mi edad, ni a veces a los estúpidos estereotipos que acompañaban a mi condición como mujer o mi posición social. Yo era hija de médico, y "debía de comportarme como tal y no avergonzar a la familia y al apellido". Pero realmente, siempre me lo pasé por el arco del triunfo. Cuando iba a la kanisa, me sentaba de copiloto del conductor que se llamaba Fadi, del que era muy colega y le contaba mis historias. Recuerdo el primer día que mi padre me llevó, fue todo un show. Empecé a llorar mucho cuando vi que se iba, cruzando ese patio largo que me parecía no terminarse nunca. Pero luego me ofrecieron un caramelo, lo comí, me froté los ojos y fui a jugar. Era bastante pilla, a mis padres les decía que no había clase al día siguiente porque el conductor del autocar me lo había dicho, y lo peor de todo es que ellos se lo creían. Fue ahí donde empecé a acercarme a mis amigos, que lo siguen siendo a día de hoy. Una amistad que nació en una guardería y maduró en un colegio, perduró en el tiempo y resistió al hecho más atroz que la humanidad puede sucumbir.
Las profesoras no tenían porqué ser cristianas, las había de todo tipo y color, y mucho menos tenían que ser católicas. Celebrábamos muchos festivales, recuerdo. Celebrábamos todo, cualquier excusa valía. Nos reuníamos en el pequeño auditorio contiguo que tenía el centro, y allí hacíamos performance de todo tipo: cantar, bailar, obras de teatro...recitales. Allí fue mi debut como oradora y poeta, todavía guardo ese recuerdo en mi cabeza, aunque el blanco nuclear de las medias que llevaba me emborrone un poco la imagen. Recuerdo a mi madre y a mi padre, a mi hermano y mis hermanas aplaudiendo mucho. Si mal no recuerdo, era el día de la madre y el poema tenía que ver con el festejo y empezaba con este verso:"Mama, mama y'a anghama".
Foto en nuestra casa en Al-Raqqa
Yo creo que tenía 7 u 8 años.
Mamá nunca me dejaba vestir de negro, y ahora,
es mi color favorito.

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