martes, 8 de noviembre de 2016

Homeland: Iraq year zero @ Numax


Cartel de la película

Una cita especial tuvo lugar en Numax el lunes 31 de octubre: el estreno de Homeland: Iraq Zero.  La ocasión se tornaba todavía más valiosa, contando con la presencia de su director, el iraquí Abbas Fahdel, quien habitando en Francia, decidió retornar a su país de origen en 2003 para filmar a su familia y amigos antes de la invasión americana. Fahdel se quedará 17 meses más entre Bagdad y Hit para filmar también las consecuencias de la guerra en la sociedad iraquí. Así pues, la existencia de la cinta a se basa principalmente en dos razones: En primer lugar, en la humana necesidad que sintió  Abbas Fahdel de perpetuar la memoria, de retener en el tiempo lo cotidiano, lo normal, lo inapreciable en el  aquel presente, pero que se convertiría en lo valioso una vez que la destrucción aceche. En segundo lugar, en la casi-obligación de documentar un marco de post-guerra, y las desastrosas consecuencias que ésta genera, en este caso concreto en la sociedad iraquí. 

Cuando conocí la existencia del documental y que además, tendría la posibilidad de verlo en Numax sentí una expectación especial, la misma que sentí cuando la sala proyectó Silvered Watar: Syria Self-Portait (Ossama Mohammed, 2014). Ahora, una vez visto, no solo siento interés, empatía, fascinación, admiración, o dolor, si o que algo en mí se vio reflejado en el director y su familia. Desgraciadamente, tengo ventaja en comprender cada minuto de los 350 que componen el documental.  También yo he sentido en mi garganta el nudo silenciador  que se forma  cuando hablas en público sobre lo tuyo: describir, documentar, informar la devastación de tu país. El nudo de la garganta se retuerce cuando te preguntan no por lo tuyo, si no por los tuyos, ahí no hay silencio que pueda salvarte del dolor, ni tampoco de la impotencia. Ha sido realmente enternecedor ver en alguna entrevista como la que le realizaron en Film Society of Lincoln Center, en la que el director se emociona sucesivas veces al hablar del documental, sobre todo, cuando las preguntas están relacionadas con su familia. 

El documental está compuesto por dos partes. Según el director, decidió esta estructura en el momento del montaje. La primera parte, está centrada en las semanas previas a la invasión norteamericana, mientras que la segunda, está dirigida a captar las consecuencias psicológicas y físicas de la invasión. Desde un prisma general, ambas partes la de preguerra y post-guerra muestran aspectos interesantes a analizar. En la primera, y obviando el marco temporal de la grabación, ya por si resulta atractivo el retrato de la vida cotidiana de una sociedad árabe, dado que ello contribuye a combatir el desconocimiento existente de las normas sociales y culturales vigentes, así como el día a día bajo una dictadura en un país árabe. Si le añadimos el importante factor de que la vida cotidiana se desenvuelve en un ambiente de preguerra, la lógica interesante  no desaparece, es más, adquiere un valor añadido que toma forma en la motivación principal: guardar materialmente, algo tan efímero y frágil como es el día a día, y eso, solo es capaz de valorarlo quien lo ha perdido.

Por ello, cuando abrí el blog hace un año y medio, mi primer objetivo era el de reconstruir el día a día en Siria bajo la dictadura antes de la guerra. Lo hice por dos motivos esenciales: estaba cansada de que nadie supiera cómo era mi país,  que nadie tuviera idea sobre qué leíamos, a qué jugábamos, cómo nos lavaban el cerebro en el colegio, cómo el pueblo sirio vivía con miedo a hablar claro o a contradecir al régimen, o de qué manera se reflejaba la diferencia social y económica existente entre los ciudadanos. Pero lo más importante, lo hice por mí y para ayudarme a a re-construir mi pasado. No se trataba de un capricho romántico de evocar imágenes del pasado, y tampoco un anhelo existencialista. Quería, más bien, necesitaba mantener vivo el recuerdo, porque ya muchos edificios en los que había estado y muchas personas que había conocido, se habían convertido en polvo, y sabía, que en el mejor de los casos,  jamás volvería a ver a mi país ni a mi ciudad, al menos del mismo modo.

Esa humana y brutal necesidad, es lo que a muchos nos ha unido. Pero el esfuerzo de Abbas Fahdel fue mucho más allá cuando decidió  grabar a los suyos durante aquellos trágicos meses. Posiblemente ese  valiente esfuerzo supuso un arma de doble filo: no necesitaría un ejercicio de memoria ni reescribir sus días, puesto que todo quedaba grabado en su cinta, pero ¿Y lo duro que sería vivirlo de nuevo? A lo que me lleva a plantearme ¿Es la memoria una puerta para el dolor que es mejor no abrir? No es fácil responder a esta pregunta, pero sí tengo claro que en el caso concreto del director y semejantes no hay margen de duda que la retener la memoria y documentar es una obligación, puesto que hacerlo nos convierte en una correa de transmisión entre dos mundos: el de la devastación y el que quiere mirar a otro lado. Lejos de limitarse a un retrato costumbrista bajo circunstancias delicadas como es la invasión y sus consecuencias, Homeland, Iraq year zero llega  incluso a establecer puntos de contacto con el periodismo ciudadano que afloró de manera destacada en los diez últimos años en los países de Oriente Próximo y Norte de África, ante la falta de cobertura mediática objetiva que documentara la convulsión que sufrían estos países. Nada más auténtico que una cámara sobre el terreno recogiendo testimonios e historias sembradas de desesperación y miedo.

Pero lo que hace especial al documental de Abbas Fahdel es la nobleza con la que ha querido sellar su trabajo. En el documental no hay ninguna voz en off, ni tan siquiera aparece su rostro, su persona no altera el ritmo ni el discurso de quien interviene, ni cuando en contadas ocasiones plantea alguna pregunta para que su interlocutor. No es él quien da voz a los iraquíes, sino que  permite que los propios iraquíes sean los verdaderos protagonistas y las voces de su tragedia. En otras palabras, Fahdel no es la voz, es el altavoz. Esto puede resultar un detalle sin importancia dentro de una tendencia cada vez  más común que legitima a cualquiera a estar capacitado a hablar sobre el dolor de otros, llegando incluso a cuestionar sus decisiones y voluntad, incluso aún desconociendo al completo el país del que son originarios. Esto mismo, se ha visto reflejado "recientemente" en lo que se conoce como "crisis de los refugiados" y los sirios. Aquí, por los menos los iraquíes son dueños de su voz, quizás por primera vez en su vida.

Haidar, el alma del documental

Pero vayamos a analizar fragmentos y personajes claves de este díptico. Sin duda que en el documental, la voz protagonista es la de Haidar, el sobrino de 11 años del director. No creo que ni que el mismo esperara que el pequeño, asumiera ese peso. Haidar es vivaz, posee la inocencia de un niño, pero también la valentía de un hombre. Durante casi toda la grabación acompaña a su tío, encarnando incluso la voz de la experiencia, sofocada por la dictadura y las expectativas de la próxima guerra. La persona de Haidar toma incluso una relevancia mayor en el transcurso de la cinta, cuando decide defender a capa y espada al pueblo iraquí y no duda en atacar a cualquiera que intenta recortar la libertad o atacar la integridad de sus compatriotas: Haidar representa el despertar de una sociedad sedada por el adoctrinamiento precoz y por el miedo a acariciar la libertad, dado que hacerlo solo significa una cosa: la prisión y la tortura. Incluso cuando después de la caída de Saddam todavía existen individuos bajo el efecto de la peor arma ideológica, Haidar no duda en reprocharle que es mentira, "que Saddam puso a un familiar suyo en la cárcel cuando tenía 13 años y volvía del colegio sin hacer nada" ¿Cuántos habremos citado ejemplos similares ante los defensores de nuestros respectivos dictadores? Muchos. Por ello, Haidar no solo representa el despertar, sino la hipotética fuerte y concienciada sociedad iraquí, si es que un futuro se le permitiera.

De todos modos, además de la profunda visión política y humana del relato, la inocencia y el humor en pequeña medida ácido, tiñen en algunos momentos a situaciones de surrealismo para aquel que no está familiarizado con algunas escenas cotidianas, o más bien actitudes propias de la sociedad iraquí, que a mí al menos, me recordó mucho a la siria en ciertos aspectos. No solo compartimos la adicción por el té, el jartum de agua, los cánticos que te invitaban forzosamente a venerar a tu líder y que eran repetidos una y otra vez en los canales controlados por el Hizb Al Baaz (Hasta compartíamos lema: mientras los sirios nos obligaban gritar todos los días Bal Roh Bel Dam Nafdik ya Hafez/ Bashar*, los iraquíes gritaban lo mismo, pero cambiando el nombre de los dictadores sirios por el de su país, Saddam). No solamente compartíamos eso y las bodas barrocas, las visitas por el Eid, el exagerado patriotismo, sino que llegamos a compartir la asunción de nuestro terrible destino y hacer de ello nuestro día a día. Es ahí cuando se produce la fragmentación entre lo exótico que nos podría resultar este viaje a otra cultura, y lo devastador que es ver como un pueblo asume con naturalidad y dignidad la invasión y el acecho del horror a su país. Mientras Haidar trabaja en el pozo que proveerá agua en los días de guerra, los jóvenes en el campo a la orilla del río Éufrates bromean sobre lo poco que les valdrán sus estudios en tiempo de guerra, las jóvenes husmean las medicinas que la madre ha comprado como provisión para los meses que se avecinan "Nos hemos vuelto expertos de la otra guerra". Es ahí cuando otra evidencia más, recalca la experiencia de la sociedad iraquí en sobrevivir a la guerra, porque detrás del hilo conductor o el eje central de la temática (la invasión norteamericana) permanecen latentes las consecuencias de la anterior guerra, a lo que lleva a admirar la lucha continua de los iraquíes por la supervivencia.

Así pues, no solo se enfrentan -en el mejor de los casos-  a un oscuro futuro incierto, es que los iraquíes ya lidian con la pobreza y la miseria causada por el embargo y el asedio, por supuesto también con su  experiencia en la guerra. El día a día de los compatriotas del director se introduce progresivamente al caos. Un caos que proviene de un factor externo, principalmente la invasión, pero que posteriormente genera el caos interno; víctimas, destrucción, ausencia de ley y orden, impunidad, delincuencia, y venganza y odio, lo que contribuye a la violencia y a la radicalización, la sectarización. En definitiva, de todo lo que se valdrá y ayudará a consolidar a lo que vendría después: Daesh.

Estoy segura que nadie volverá a pensar en Iraq de la misma forma, después de interiorizar las casi seis horas de documental. Abbas Fahdel ha conseguido homenajear a su país, y a su familia de la forma más honesta, humilde y emocionante posible. Un documental demoledor, que refleja el dolor y la pérdida de millones de personas en Iraq y en sus vecinos. Una zona que parece estar sentenciada a no conocer la paz ni la estabilidad. Gracias Fahdel por compartir con nosotros tu dolor y tu privacidad, sabiendo lo que significa ese impactante y demoledor final. Gracias  Númax por contribuir a la sensibilización  de la ciudadanía y a la concienciación crítica y política sobre lo que acontece en Oriente Próximo.


Ramiro Ledo presentando al director Abbas Fahdel antes de la proyección del documental. Imagen extraída del Facebook de Numax.

* lema del partido Baaz que significa "con el alma, con la sangre nos sacrificaremos por ti"

2 comentarios:

  1. O Cineclube Padre Feijoo (Ourense), o proxectará o próximo 21 e 28 de novembro.

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    1. Muchas gracias por la información Manuel. Animo a todo el mundo que pueda, que se acerque e invierta unas horas en su visionado. Es una obra maravillosa.

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