Muchas personas bien intencionadamente me preguntan ¿Cómo lo llevas?
Y yo intento explicar que, bueno, como puedo.
¿Cómo es posible que un dolor tan agudo se torne en un sentimiento cotidiano?
¿Por qué es tan injusto?
Siempre digo, que vivir una guerra a distancia es inexplicable. No puedes transmitir con justicia el dolor de tanto sufrimiento colectivo, la desesperación de temer por los tuyos continuamente, el pánico que entra cuando sabes que están bombardeando tu ciudad, y que algunas de esas malditas bombas han caído al lado de la que fue la casa en donde te criaste y viviste 12 años de tu vida, los primeros, los más frágiles, los decisivos.
Vivir una guerra a distancia te cambia la vida. Creces diez años de golpe, aprendes a luchar con tus miedos, y en algún momento a controlar una ansiedad que en noches, no te dejaba ni dormir. De alguna forma, aprendes a canalizar con mayor o menor éxito tus emociones porque sabes que los que están al otro lado de la orilla necesitan que estés bien y luches por ellos, desde la distancia.
Es tan cruel que algo como el dolor que crea una guerra se convierta en algo normal
¿Por qué hemos dejado que se convierta en ello?
¿Por qué es tan injusto?
No obstante, estoy a salvo y doy gracias, no me queda otra. Otra de las lecciones es aprender a no ser egoísta. Y es que hay algo peor que vivir una guerra a distancia y es, vivir la guerra desde allí, en el lugar donde tu vida corre peligro cada segundo.
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